domingo, 20 de abril de 2008

LUNA


Luna es el nombre de mi hija pequeña, tiene tres años. Está sentada junto a mí sobre una caja de un material parecido al mimbre donde guardo cosas intranscendentes que algún día irán a la basura. Juega con su compañero de fatigas, su biberón, que se ha convertido en parte de su cuerpo, pues, y muy al contrario que sus dos hermanas mayores que jamás quisieron ni bibi ni chupe, ella duerme y es acompañada a todas horas por su gran amigo. Pero, si observo la gran mentalidad de los pequeños, me doy cuenta de que el gran amigo es totalmente sustituible, pues el otro día en la farmacia le compré uno nuevo y, ha cambiado de amigo. Lo material es material a toda costa, y ese coste no lo comprendemos algunas veces los mayores cuando nos "atachamos", como dirían los franceses, a cosas totalmente superficiales y prescindibles. Luna va vestida de rojo y verde, dos colores que en la paleta son complementarios, es decir, opuestos, pero que en su figurita de porcelana fina devienen el suplemento perfecto. Mi niña pequeña es un tesoro, tan grande como lo son mis otras dos grandes o quizás no tan grandes; como decía mi padre, nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luna está pa comérsela, el relato, un 7.